Mi voz es una eterna noche prenguntandose...
y aunque le haya escondido las siete letras que forman tu nombre;
siete veces al día me reclama sus recuerdos.
A veces desconozco a mi voz,
cuando la veo de a ratos meditando sentada,
mientras enumera los muertos de sus deseos
o acude a mis puños repentinamente,
esperando ver caer la llamita de algún fuego de entonces.
Así ella, a pesar de mi no. De mi rotundo No,
continúa zurciendo de miradas y letras las callecitas
para que un mañana, mi voz y tu voz
se reconozcan al verse.
“El placer es el bien mas real de esta vida” Federico el grande
Recordando aquella máxima, cansados de vagar por las calles del olvido y agotando los peldaños de la mentira y el engaño, decidieron -sin palabras- regresar por su bien.
Así fueron dejando aquietar el tiempo, conviertiéndose en tierra y cielo.
Juráronse no volver a principios, para no correr el riesgo de encontrar un final…
Se entremezclaron más allá de sus cuerpos, apretados… agitativos y vibrarozados.
Permanecieron en la carcobeante elevancia Y entre etéreos rozamientos, lúbricos y rugifragantes, testamentaron las bases de un nuevo amor.
Se consagraron animales justificados, arrevezados entre amores de ventosas y pasiones de barquillos.
Fecundaron el placer como plagas se devoraron… Y en estimulaciones alborotosas, Se elevaron a otros mundos.
se codearon con las estrellas saludando a las monedas de sus días. Y así, fundiendo antiguas distancias charlaron con la nocturna plateada y el inmenso astro dorado.
Ella, recostó sus labios sobre el, estimulando cada rincón de su ser, delineó a fuego muslos, musgos, hasta llegar a su fiebre.
creó estragos.
desató fragores.
Y demorándose, comenzó una nueva ascensión a un torso casi invertebrado.
El, organizó un camino de bersos, pájaros y vesos sellando sin principio, sin palabras, ni final el nuevo amor.
Sorbió su nombre.
Y sediento, descubrió dos vertientes rebasando néctar, de sus senos.
Vastas y lujuriosas, sus manos especularon, recorriéndose completos caderas, hombros esculpieron detalles para morir en sus pulpas de vino, y en la profundidad más inmensa donde él, intentaba retrasar su virilespermidad.
Dócil y raudos primero; fueron marcando el compás; raudos y dócil, después, tomaron tono.
Y cabalgando al unísono electroerógeno, dejaron caer sus párpados gentiles, para anidar en un pleorgasmo donde constituyeron, y mancillaron, en realidad aquella máxima.
Fue un encuentro sin pausas.
La noche sin pacto,
Y la palabra exacta..
Allí donde recuperaron cada vieja deuda, Intentando inventar… el destino del instante, A costas de aquel viejo amor.
“Detén el tiempo en tus manos Haz esta noche perpetua Para que nunca se vaya de mi Para que nunca amanezca.” El reloj. Cantoral
Cuando estoy por caer derrotada en el laberinto de la soledad, bulles amor, como un universo de mil frentes y súbitamente cercas mis bancos de nieblas rescatándome de mis desastres y desiertos. El insomnio, autopsiando religiosamente la necesidad, intenta alimentarse de nuestras ganas, pero tu caballero de la noche, insular, te desperdicias en placeres de sangre fresca y tinta latiendo, esperas el momento… sabes como llenar de nuevas misivas mis nervios y mis huesos que no llegan a escapar inmune a tu electrizante y desproporcionado despertar, mientras yo aquí… abroquelada en mi silencio y agitada a golpe por el rígido sentimiento, sigo tejiendo avisos que imagino y no logro manejar
Vuela pensamiento, y diles A los ojos que te envío Que eres mío. Lírica 67 Góngora
Que ni un distraído murmullo Te acaricie con su canto Que nadie sea tu manto Cuando no tengas mi arrullo Porque alejado de mi capullo Habrá siempre amores rapaces Que lastimen incapaces Nuestras pasiones de abriles
“Vuela pensamiento y diles A los ojos que te envío Que eres mío”
Cuando comienza o nace Un deseo de amor ciego Se enciende un secreto fuego Que de él esclavo yace Que alguien camino trace! Entre este amor y su dueño Satisfaciendo los sueños, Que esperan en sus atriles.
“Vuela pensamiento y diles A los ojos que te envío Que eres mío”